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Y no era que esta vez te sentías sola, estabas sola. Y mirabas a tu alrededor y no veías más que el celeste cielo rodeándote entre las nubes. Y sentías completamente descubierta al mundo, al peligro. A la oscuridad, al desamor. A la tristeza. Estabas sola. Y las nubes que te rodeaban estaban empeñadas en robarte los sueños. Y el viento estaba dispuesto a romper tus ideales. Y vos que pensabas que el cielo era el lugar más celestial, no sentías más que flotar en el infierno. Y eso te atemorizaba, te daba miedo. Y sentiste a la oscuridad avanzar hacía vos y cerraste los ojos porque no querías verte envuelta en los brazos de la infelicidad. Y ahí fue cuándo entonces... Cuándo entonces viste la luz. Estaba parado frente a vos, con el cielo en los ojos y la felicidad en su risa. Con la vida en su mirar. Y abriste los ojos por la sorpresa en un dejo de estupidez. Y de nuevo la oscuridad. Y los volviste a cerrar. Y la luz, el cielo otra vez. Tú cielo otra vez. Y las nubes cálidas abrazaban a tus sueños, y el viento arrullaba dulcemente a tus sentimientos. Y él abrazaba calidamente tu cintura. No sabías si estabas en el cielo, pero te sentiste en él. Y cómo tu humanidad superaba con creces a tu celestialidad, volviste a abrir los ojos para cerciorarte de todo. Y la oscuridad estaba, siempre presente en aquel exterior de la vida dónde todo era una lucha contaste, dónde siempre sangraba tu corazón. Y cerraste los ojos, y lo viste otra vez dispuesto a protegerte entre tus brazos y viste a las nubes tan cálidas y al viento tan suave. Y por fin comprendiste todo. Sí, no estabas en el cielo porque tus ojos estaban abiertos y se apegaron a aquella realidad infernal que era el mundo real. Y los cerraste y descubriste que se puede no estar en el cielo, pero si sentirse en él. En el cielo que veías en su mirar.

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